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Había anochecido. Tras un día de otoño agotador, no soltaba la cámara que acababa de comprar. Estaba ansioso por probarla, por descubrir las maravillas que se encontraban tras ese objetivo. De plasmar mi forma de ver las cosas, introducir un nuevo punto de vista a todo aquello que me rodeaba.
Pasaba de media noche, todos dormían en casa. Yo no podía. La emoción por empezar a disparar no me dejaba tranquilo. Necesitaba salir e investigar, empezar a probar lo que con el tiempo se convertiría en mi mayor afición.
No sabía donde ir. No tenía ni idea de cual sería el rumbo aquella noche. Cogí el coche sin saber cual sería el destino. Entonces apareció en mi mente un rincón en la playa que había descubierto días atrás que me había fascinado. En aquel momento pensé que, el día que tuviera mi cámara, volvería para plasmar aquella imagen que se proyectaba ante mi. Y aquel día había llegado. Recordé esa imagen y conduje hasta allí. Tenía en la cabeza una de mis primeras fotos. Había pensado como hacerla, cuales serían los parámetros que usaría, desde dónde la tomaría. Lo que no imaginé era la satisfacción al conseguirla.
Era tarde, no había nadie en la playa. Estaba yo solo en la intimidad con mi cámara. Los dos solos. Estaba nervioso, emocionado por haber llegado a un momento soñado. Las manos me temblaban del frío, pero no fue impedimento para lograrlo. Empecé a disparar.
No recuerdo las fotos que haría esa noche, las pruebas que llegaría a realizar. No salía. Había imaginado ese momento durante mucho tiempo, pero no llegaba a su cumbre. Prueba, otra prueba, otra, y nada. No había manera de encontrarla. El desánimo empezaba a aturdirme. Traté de calmarme, pensar con claridad, pasaban de las dos de la madrugada. El frío empezaba a ser intenso, pero no quería volverme con las manos vacías.
Probé desde varios ángulos, diferentes enfoques, desde el suelo, desde un punto más alto, hasta que al final, tras unos segundos apareció ante mi la foto. Miré la foto en la cámara con asombro, ¡lo había conseguido! Aquello con lo que había soñado se estaba materializando ante mi. La foto que desde ese día he admirado con más fuerza, la que me trae los mejores recuerdos. Sin duda, una foto que no olvidaré jamás.
El escenario era perfecto. Un camino de madera, palmeras en los laterales presidiendo el sendero. Y las luces al final. Ese fue el escenario que me ha guiado desde ese día. Un largo camino, no siempre claro, no siempre estable. Pero con una luz al final. Cada día se hace más clara, más nítida. Cada día la veo más cerca.
Empezó siendo una aventura, un hobby, algo que no sabía si duraría, si conseguiría mantenerme en el camino por mucho tiempo. Pero cada día lo veo más claro. En ese momento empecé a ver cual sería la luz al final de mi camino.
Fotografía y texto: Gerard Arcos
Foto tomada en el Grao de Castellón